Sobrepeso y obesidad se consideran a día de hoy no como enfermedades ciertamente constatadas que son, sino como un problema meramente estético.

La problemática es de tal calibre en la actualidad que se está llegando a considerar a la obesidad como “la epidemia del siglo XXI”, tanto a nivel de adultos como en niños. El porcentaje de obesos está aumentado a una velocidad alarmante.

Y para comprobarlo nada más fácil que echar una ojeada a las últimas estadísticas realizadas y a los resultados obtenidos:

En lo que se refiere a la población adulta:

  • Un 53%, más de la mitad del núcleo poblacional perteneciente a ese grupo, está por encima de su peso.
  • Un 36% tiene sobrepeso.
  • Un 17% sufre obesidad.

En lo que respecta a la población infantil:

  • Un 12% de los niños y niñas tienen sobrepeso.
  • Un 14% sufre obesidad.

La pregunta que nos tenemos que plantear a nosotros mismos como sociedad es clara: ¿qué estamos haciendo mal para que este problema no solo no deje de aumentar, sino que, además, se encuentre completamente fuera de nuestro control?.

Muchos son los factores que llevan a padecer sobrepeso y obesidad, factores que nos impulsan a comer en exceso y de forma poco saludable: kilocalorias, peso corporal, actividad física, hormonas, estado anímico, estrés, autocontrol, entorno obesógenico, emociones, cultura, horario, trabajo, familia, preferencias,… entre muchos otros.

Y ya aquí podemos ver el primer fallo, y uno de los más graves, a la hora de iniciar un proceso de cambio de hábitos cuya finalidad sea una “bajada” de peso.

¿En cuántas dietas de adelgazamiento se tienen en cuenta todos estos factores?.

Hasta hace muy poco en ninguna.

Durante mucho tiempo la nutrición se ha centrado exclusivamente en dos de los factores mencionados anteriormente: las kilocalorías y el peso.

Esto significaba basar la vida de una persona en el cálculo continuo de calorías, con las consiguientes restricciones alimenticias que ello traía consigo, y tener como único referente y constatación de la buena marcha de la dieta, el descenso de peso.

Lógicamente, como se comprobó más adelante, a largo plazo este método no resultaba.

A pesar de que los pacientes perdían peso en poco tiempo, lo perdido era recuperado en un futuro. Todo se debía a la poca adherencia a esas dietas a largo plazo.

La ansiedad y el estrés que causaban a causa de la restricción de ciertos alimentos, generaban un malestar generalizado que provocaba en las personas sometidas a este plan de trabajo nutricional un pensamiento contante: “quiero que llegue el día en que acabe esta dieta y poder disfrutar otra vez de la comida”.

¿Dónde radicaba el éxito de este sistema de trabajo?.

¿Dónde se reflejaba ese aprendizaje necesario para que los resultados obtenidos a corto plazo se mantuviesen a largo plazo?.

Si viviéramos en una habitación cerrada bajo llave en la que estuviéramos rodeados de comida saludable (frutas, verduras, hortalizas, cereales integrales,…) y donde no tuviéramos más opción que recurrir a ese tipo de alimentos, no existiría ningún tipo de “distracción” y por lo tanto no habría opción de descontrol alimenticio.

Pero no es así.

Vivimos en una sociedad donde el ambiente es obesogénico, en el que estamos continuamente expuestos a un constante bombardeo de comida poco saludable (puestos de comida rápida, cafeterías donde prima la bollería industrial, supermercados abarrotados de productos ultraprocesados, anuncios publicitarios que mantienen esta rueda nutricionalmente perjudicial,… ) llegando incluso a producirse la normalización del consumo habitual, incluso diario, de productos no necesarios, artificiales, en gran manera perjudiciales,…

Obviar la existencia de parte de los factores que inciden en una mala alimentación es un pasaje seguro hacia el mundo del sobrepeso y la obesidad.

Es inaceptable seguir prescribiendo dietas basadas exclusivamente en la restricción de calorías, sin tener en cuenta los factores psicológicos y emocionales que forman parte intrínseca de cada persona, el entorno en que nos movemos y la procedencia y composición de los alimentos que ingerimos.

No somos máquinas, no todos los cuerpos respondemos de la misma manera a los mismos estímulos, no todas las personas disponemos del mismo nivel de autocontrol que nos permita hacer frente de la misma forma a distintas situaciones y emociones, no todos actuamos miméticamente ante un proceso de cambio, en conclusión, no todos somos iguales.

Por lo tanto, ¿no debe ser esta una premisa fundamental a considerar a la hora de establecer el camino a seguir por cada uno a la hora de intentar alcanzar el objetivo de comer mejor y más saludable?.

No podemos culpabilizar exclusivamente a una persona del hecho de que no baje de peso, cuando es más que evidente que no todo esta en sus manos.

Cuando decidamos adelgazar, al igual que cuando nos duele la garganta recurrimos al médico especializado, tenemos que dirigirnos a un dietista-nutricionista que tenga en cuenta todos los aspectos que hemos desarrollado a lo largo del artículo; tenemos que ponernos en manos de un profesional que nos ayude y nos acompañe a lo largo de este proceso de cambio, que no es, como se nos ha hecho creer durante mucho tiempo, en absoluto puntual, sino un camino más largo en el que es imprescindible que no nos encontremos solos y perdidos.

Este artículo ha sido escrito por Paula Vizcaíno, nutricionista especializada en trastornos alimentarios y que forma parte del equipo de NyB.

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